Afortunadamente, no hubo sexo.
No había necesidad de el... habría sido una lamentable distracción.
Lo más grande en este mundo, fue quedar hechizado por su mirada,
donde el tiempo se diluyó.
Fue también el recuerdo que dejó la tibiez de su mano al contacto con la mía.
Fue caminar al lado del arroyito que serpenteaba entre barrancos, guaduales y maticas.
Pero ese arroyito también se diluyó por el poder de su presencia.... la mayoría del tiempo
no escuché, ni noté al arroyito.... porque allí estaba ella.
El sonido de las aves y el murmullo de las hojas de los arboles que se arrullaban en el viento...
todo eso fue consumido por su voz... el sonido de sus pasos entre la hierba
y su respiración, hacen que mi alma todavía camine a su lado.
Cuando escucho pasos en la hierba, no importa donde sea, conmueven mi ser
con aquel hermoso recuerdo.
¿Qué mas voy a necesitar de alguien...cuando ella ya me lo ha dado todo?
Sentados en la colina, pacientemente nos dejamos alumbrar por los distintos tonos
que nos traía el ocaso de aquel día.
Esos tonos eran hermosos... bellos en extremo, porque los vi reflejados en el espejo
mas lindo que jamás he podido contemplar: sus delicados ojos color café.
Ahí se detuvo el tiempo. Ahí se creó el instante eterno, el que borra los días y los años.
Un momento que no tiene escapatoria, del que no quisiera salir.
Gracias al cielo, eso fué lo más intenso que vivimos.
Por lo delicado, sutil, espontáneo, verdadero y tierno.
No necesitaba nada mas de ella.
Me lo dió todo.